Eso de decir que votar es un deber y un derecho es un arma de doble filo. La escasa retentiva se queda sólo con la palabra derecho y la persona concluye: ah bueno, entonces puedo hacerlo como puedo no hacerlo...
Pero se olvidan de la palabra DEBER.
La abstención electoral sucede en todo el mundo, no es exclusiva en Venezuela. Pero tampoco nuestro país brilla por sus modos de evitarla. No hay una sola ley que te obligue a votar o te amoneste si no lo haces, no hay un mínimo de votos requerido para legitimar una elección. A nadie le importa que la gente participe.
Los voceros que se oponen a la reforma y llaman a votar utilizan una frase muy contundente para convencer al electorado: así Chávez vote solo, la reforma ganaría. Eso me recordó una frase de Fidel Castro que rezaba algo como: así sea sólo yo quien crea en la revolución, la seguiré defendiendo.
El caso es que es muy triste que, según la legislación electoral venezolana, con el voto de una sola persona pueda quedar aprobada una propuesta. Pero, de hecho, es cierto. Basta un solo elector que pise el sí para aprobar la reforma, si no hay mas de uno que pise el no.
Esto hace que, para muchos, el deber del voto no sea tan crucial después de todo. Se lo toman a vacilón, como los pocos murales que quedaban en la ciudad, en los que se establecían multas por tirar basura pero no había ni un funcionario que hiciera ejecutar dicha ley.
En primer lugar, la ley debería reforzar la obligatoriedad del voto. Y, como complemento necesario, la gente se lo tiene que creer.
Ayer estuve viendo un documental sobre la piratería de DVD's, realizado por los compañeros Nelson Bocaranda (hijo) e Italo Dupatrocinio. Por una parte, el representante de Rodven señalaba que era el gobierno el que tenía que legislar y hacer cumplir las leyes para vencer esto. Por otro lado, el superintendente del SENIAT alegaba que debía surgir un cambio de conciencia entre los consumidores, los únicos capaces de detener la piratería negándose a comprarla.
Ambos tienen razón. La cosa va de parte y parte.
Pero, como en el caso de una orgullosa pareja peleada, uno de los dos debe dar el primer paso para la ansiada reconciliación.
Ya que la ley no estimula para nada el voto, que sea la población la que dé, con su masiva asistencia a los centros de votación, el primer paso para la reconciliación.
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