(Dedicado a Gio, Vlad, Carlitos, Fran, y a todos los fortes, que no quisiera omitir a ninguno)
Desde que me metí en ese paquete de ayudar en la prensa a Teatro forte, la compañía del recién españolizado Vladimir Vera, comencé a meterme en un mundo de gente talentosísima que, o vive pelando, o tiene una segunda profesión para poder vivir.
Hacer teatro es una de las cosas menos lucrativas en el país, a menos que seas una reconocida estrella de televisión y hagas una especie de novela o sitcom en vivo, a falta de obra de teatro.
La gente no iría masivamente a ver una adaptación de Seis personajes en busca de autor, Esperando a Godot, Casa de muñecas o cualquier clásico por el estilo, si no lo protagonizan sus artistas favoritos de las novelas. Bueno, es que por muy buena que sea, nadie iría a ver Esperando a Godot. Eso ya es para veteranos, no para público light.
El caso es que los rostros "desconocidos" y las historias clásicas o las "nuevas" (ya todo está dicho) no parecen llamar la atención de nadie. Los artistas de teatro que he conocido hasta ahora tienen, más que talento, un poder histriónico impresionante, una perenne sed de crear. Acompañado todo esto de un impresionante curriculum en las tablas. Curriculum del que nadie sabe.
El protagonista de Le voyeur, el último corto del que fui productora, forma parte del elenco de la obra Lo que Kurt Cobain se llevó. La Rajatabla se llenaba todos los días con ellos. EnVivo se llenó con ellos. Los invitaron a Bielorrusia a montar su obra y las entradas se vendieron por completo. Un ministerio les ofreció los pasajes y a último minuto les dijo "no hay real, la cosa no va"
(Y no pienso caer en todos los argumentos tangibles con los que puedo demostrar por qué no me creo el "no hay real")
Esperemos que Guaraira no corra con la misma suerte que Tumbarrancho teatro. Y esperemos que la obra de Kurt consiga un patrocinante multimillonario para que pueda montarse en todo el mundo.
Desde la antigua Grecia existe el teatro. De allí salieron los actores de cine, y luego los de televisión. Por lo tanto, el teatro es la escuela actoral por excelencia, y ofrece algo que no da la tele: la posibilidad de estremecerte con los personajes frente a ti, hablándote a la cara, transmitiéndote su energía y llenándote los oídos con su voz.
¿Acaso es lo mismo para ustedes escuchar un MP3 que ir a un concierto?
Mejor aún. En un teatro la escenografía puede ser un taburete. Ese taburete puede ser mil cosas, porque los actores de teatro además tienen la posibilidad de llenar el escenario con su presencia y convertir cualquier objeto en su herramienta.
¿Esto no les suena a magia? ¿Todos pueden hacer magia? No parece, eso no es lo que la vida cotidiana dice...
El teatro es uno de los despertadores de emociones por excelencia. Tiene ilimitadas posibilidades creativas y te pasea instantáneamente por todos los sentimientos posibles. El teatro es emoción.
¿Imaginan vivir en un mundo sin emoción?
¿No pagarían lo que fuera por salir de ese infierno?
Pero los actores de teatro se mueren de hambre. Y, con ellos, las emociones.
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