En la religión católica es costumbre que, cuando un creyente pide un milagro, hace una promesa al santo al que le extiende la oración. Cuando el milagro se da, la persona cumple la promesa en agradecimiento.
Una de las formas más comunes en las que la feligresía agradece los favores recibidos se relaciona con el sacrificio personal. Durante la pasada semana santa vi por televisión a una mujer que fue arrodillada desde El Valle hasta la iglesia de Santa Teresa vestida de Nazareno y con una cruz a cuestas para pagar un milagro. Estas prácticas son más comunes de lo que se piensa.
Conversaba con un amigo cercano sobre estos sacrificios. Si bien es cierto que el hecho de que Cristo haya sido humano nos demuestra que cualquiera de nosotros es capaz de soportar su sufrimiento; por otro lado nos encontramos la frase "tu cuerpo es tu templo" y recordamos que, según los preceptos católicos, se nos otorga el cuerpo como morada del alma para permitirnos el privilegio de la vida. Aunque el cuerpo no es lo más importante, estamos en obligación de cuidarlo, por ser regalo divino.
Con esto quiero decir que el sacrificio debe tener un fin, un buen fin. Especialmente si es ofrenda al Ser Supremo. Este tipo de manifestaciones en las que la gente se autoflagela no tienen ningún fin pragmático, no benefician a nadie. Ni siquiera a Dios.
Por eso le decía a mi amigo que las personas que quieren agradecer los milagros obtenidos deberían hacerlo participando en obras de labor social, en buenas causas que beneficien a otros que no han tenido suerte, que tienen carencias. Eso beneficia a los demás y beneficia a Dios, porque se le está haciendo un bien a sus hijos.
Esa es la forma en la que considero que se puede "invertir" un milagro. Aquellos bendecidos con ese favor divino invierten y multiplican su milagro cuando agradecen a Dios ayudando a dar techo a niños de la calle, por ejemplo. Así ellos también obtendrán un milagro, concedido a través de la obra de esta persona.
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