Llama mi atención un tuit (borrado) de Gaby Espino, artista que tiene varias cosas en común con Spear: es venezolana, trabaja en el exterior y es madre. Espino manifestó que, aunque ama a su país, no vuelve a poner un pie allí debido a la inseguridad. Las reacciones no se hicieron esperar, aunque no eran las que esperaba.
Criminalizando el miedo
Luego del tuit en el que Espino expresara su legitimo miedo de visitar Venezuela, los ataques en Twitter fueron masivos. La gente le decía ridícula, la culpaba de "renegar de su país", entre otras cosas que, realmente, jamas sucedieron.
Ella se defendió expresando su preocupación de que a ella o a su familia les podía pasar algo, como acaba de sucederle a Spear hace apenas días.
Lo que mas me cuesta entender hasta el momento es: ¿quien puede culpar a alguien por no querer que lo maten, por querer proteger a sus hijos o por no querer dejarlos huérfanos?
Estoy segura de que, si Spear hubiese podido prever su futuro, hubiese tomado la misma decisión. Nadie quiere morir y dejar huérfana a su hija. Para Espino, esta es su oportunidad de prever y evitar un futuro fatídico.
Y en cuanto a los que dicen que su decisión es respetable pero es cuestionable que la divulgue en redes sociales, ni siquiera le responderé con el argumento de la libertad de expresión, un derecho fundamental que ha sido tan pisoteado en Venezuela que hasta cuesta recordar.
Simplemente les recordaré lo importante que es, en estos momentos de ambigüedad política respecto a derechos fundamentales, que venezolanos con notoriedad se pronuncien sobre la gravedad de la situación del país, sobre sus miedos, angustias y puntos de vista.
Atacando las consecuencias en lugar de la causa
Sinceramente, yo misma tengo miedo de visitar Venezuela. Si bien mi situación actual no me lo permite, me gustaría visitar a mi familia, especialmente a mi abuela que no puede visitarme. Días antes del suceso de Spear, conversaba sobre esto con mi pareja.
Sin embargo, luego de lo sucedido, mi memoria se refresca y de nuevo pienso en las 10 veces que me robaron, todas violentas, 9 a mano armada.
Pienso en las dos veces en las que se vio en los rostros de los maleantes que estuvieron a punto de dispararme a pesar de cumplir con sus demandas.
Pienso en la vez en que la policía me disparó por estar cerca de una marcha (ni siquiera participando en ella) y afortunadamente no me atinaron.
Pienso en la vez en que me tuve que lanzar de un autobús en movimiento para salvarme de un robo, y en que una semana mas tarde, una señora intento hacer lo mismo y falleció de una fractura en el cráneo.
Pienso en la vez en que, caminando por el bulevar de Sabana Grande, vi a un hombre caminar hacia mi sacando una pistola y corrí lo mas rápido que pude a refugiarme en un centro comercial para luego escuchar los disparos desde una tienda de ropa para bebe donde no entendían absolutamente nada de lo que estaba pasando.
Pienso que, aun cuando esta enumeración puede parecer en otro contexto excesiva violencia para una sola persona, las estadísticas me han favorecido con el solo hecho de permitirme estar con vida.
Por eso, yo no culpo a Gaby Espino porque yo me siento exactamente igual, y cualquier persona que medianamente aprecie su vida debería sentirse de la misma manera.
¿Saben a quien si culpo? Al Gobierno, responsable según la Constitución Bolivariana de la seguridad de los ciudadanos en Venezuela. Y me pregunto por que tanta gente invierte tanto tiempo en culpar a Gaby Espino por no querer que la maten en vez de pedir al Gobierno que cumpla su deber de proteger a los ciudadanos para los que trabaja. Porque no olvidemos que el Gobierno no es amo del pueblo, es su empleado y, como tal, debe responderle.
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