lunes, 5 de abril de 2010

Relatos desde Cuba (parte II)

Tanto mi comai como mi novio resaltaron un aspecto llamativo de Cuba. Ambos estuvieron de visita como parte de su desarrollo profesional y, diría yo, personal.

En las calles, no hay ni un papelito en el piso. Todo está pulcro, y lo que sí tienen las calles a patadas es policía. Puedes transitar por las calles a cualquier hora y sientes seguridad, porque hay un policía en cada cuadra y se mueven ante cualquier movimiento sospechoso.

Mi novio me decía que, por lo general, los regímenes represivos tienen una ventaja: también reprimen a los delincuentes. Igual me decía mi abuela de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Una ventaja de Cuba que Venezuela no tiene.

Sin embargo, ambos (mi novio y mi comai) coinciden en algo: el trato a los cubanos como ciudadanos de segunda. Los cubanos no pueden ir a las áreas turísticas que visitan los extranjeros, ni pueden disfrutar de muchos beneficios que ellos tienen.

A mi novio le tocó fuerte, porque por su fenotipo lo detuvieron en la calle, lo confundieron con un cubano y lo trataron muy mal por estar en una zona "prohibida" para los locales. Luego de identificarlo, por supuesto, el trato cambió.

Acá tenemos una experiencia cercana, el tránsito por las zonas gubernamentales más importantes. Si bien sólo la oposición vive más a menudo el trato de gente de segunda (no pueden ir a la Asamblea Nacional, a la Fiscalía o a cualquier lugar a manifestar porque les impiden el paso), también el ciudadano promedio tiene algunos modos de sentir eso.

Intenten transitar por Miraflores.

No pueden. Los alrededores de Miraflores están militarizados y ya no pueden pasar con su carro o a pie frente al palacio presidencial desde hace unos años. Si hacen un esfuerzo, podrán recordarse pasando por allí al llegar de La Guaira pero, ahora, esa calle es sólo para nuestro elitesco primer mandatario, disfrazado de pueblo.

Aunque las zonas turísticas no están prohibidas, sí son en cierta forma prohibitivas para quienes no pertenecen a grupos privilegiados, incluyendo la nueva élite política.

¿Cuántos de ustedes conocen nuestro gran orgullo, el Salto Ángel? Pocos, porque es demasiado caro. Un viaje por La Gran Sabana es un ojo de la cara para un ciudadano promedio, cuyo sueldo no alcanza ni siquiera para alquilar una vivienda (ni hablar de comida, ropa, pasajes, servicios u otros gastos).

Y en eso, sí que nos estamos pareciendo a Cuba, en nuestro poder adquisitivo

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