viernes, 17 de abril de 2009

¿Necesitado? Invoca la Ley de la piña

Una compañera de clases me decía que probablemente el gobierno estadounidense se había vuelto más proabortista con los años porque los fetos no marchan frente a la Casa Blanca. En cambio, las mujeres pro choice son especialmente insistentes en ese asunto.

El caso es que, en casi todos los países, la norma que rige la efectividad o no de un ente público es la ley de la piña. ¿En qué consiste eso? Mientras más parezcas una piña bajo el brazo del encargado de tu queja, más probabilidades tienes de ser atendido.

En Ruiz Pineda, en el sector UV9, unos vecinos se percataron de que un grupo de gente estaba podando y aplanando unos terrenos que corresponden a una zona protegida. Acto seguido, comenzaron a bombardear a los entes encargados con cartas, llamadas, correos electrónicos y pare de contar. La piña fue tan pero tan grande que, apenas montaron las dos primeras casas, la gente fue desalojada y el terreno recuperado.

En Venezuela, las instituciones públicas toda la vida han sido, cuando menos, poco eficientes. En la cuarta, en la quinta y en la que sea. Incluso, la empresa privada también demuestra un despliegue de ineptitud nunca antes visto, con un sistema de atención al cliente que podría desatar olas de bombarderos y rifles locos en cualquier país.

Tras el deslave de 1999 en Vargas, cientos de damnificados quedaron sin respuesta por muchos años. Algunos de ellos, sin techo y sin oficio, decidieron ejercer una medida de presión más fuerte aún que la de muchos compañeros de tragedia: mudarse a las puertas de CONAVI, en Chacao. Pasaron meses llamando la atención de transeúntes, medios, alcaldía y de la misma institución, ya que los empleados, para entrar y salir, tenían que pasarles por encima.

En este caso, al menos para mí, la indignación es mayor. El día en que comenzó el desastre era día de elecciones. Durante esa jornada, Vargas estaba completamente inundado por las acumulaciones de lluvia en las calles. El gobierno se movilizó en cientos de peñeros y rústicos para sacar a la gente de sus casas, llevarla a los centros de votación y luego volverla a botar en sus casas. Me pregunto si, mientras los llevaban en el peñero, les estarían prometiendo casas nuevas. También me pregunto cuantos de los movilizados habrán sobrevivido al día siguiente, cuando la montaña se les vino encima.

Ante este escenario, quienes más urgidos están sólo tienen un recurso: volverse una piña. Y los empleados del servicio público tienen otro recurso: si no quieren piña, trabajen bien.

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