La tele nos bombardea con la semana santa, sus devotos y sus absurdos. En una encuesta que realizara Globovisión a los transeúntes sobre el significado de estas fechas, una señora respondió que la semana santa es como un 31 pero sin beber. Otro entrevistado aseguró que haría todo lo posible, lo que estuviese a su alcance, para ir a misa (como si eso ameritara subir el pico El Aguila parado de manos)
Estemos claros. Para la mayoría de la población, semana santa es un puente. Para otros, una época llena de misticismo, digna para aglomerarse en la iglesia Santa Teresa a pagar promesas. Ya di mi opinión al respecto en uno de mis primeros posts en este blog: No pague su milagro... inviértalo y multiplíquelo.
Más allá de eso, tuve que ver como el papa Benedicto XVI cumplía con la milenaria tradición del lavatorio de pies: él, con su atuendo de miles de euros lavaba los pies de 12 sacerdotes con atuendos de miles de euros, utilizando para ello implementos de oro sólido. Todo esto para demostrar su humildad.
¿Humildad?
La Iglesia Católica nada en ostentaciones de oro, piedras preciosas, telas costosas y demás implementos que ayudarían a mantener a todos los niños en situación de calle de sus comunidades. El Vaticano está lleno de incontables riquezas materiales que nada tienen que ver con la espiritualidad de la que tanto se habla, y que nada útil hacen allí.
No soy católica, pero por muchos años fui criada en el catolicismo por imposición escolar (práctica frecuente y perversa en este país) Me terminé de desencantar el día antes de mi bautismo, en la iglesia La resurrección, en Ruiz Pineda. Ensayábamos el acto y apareció una indigente apedreada pidiendo ayuda, a la que el padre que me bautizó mandó a echar de la iglesia. ¿Acto de buen cristiano? No lo creo.
El caso es que entiendo aquello de lo que hablo desde la vivencia personal. Simpatizo un poco con los Franciscanos, pero el clero en general me causa náuseas. Aún así, no invado la Conferencia Episcopal ni rayo graffittis en iglesias, porque entiendo que para el 80% de los venezolanos, éstas tienen un gran significado. Incluso a mí me agradan, únicamente desde el punto de vista arquitectónico y hasta sociológico-antropológico.
Para mí, la semana santa se volvió un puente más. Creo en Cristo, pero no en todo lo que lo rodea hoy en día. Mi creencia se queda entre él y yo.
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