Cada época tiene sus normas, sus modas, sus temas tabú, sus grandes revelaciones y sus enormes problemas.
En la época que antecedió e incluso tocó a Nicolás Maquiavelo, el autor de El príncipe, reinaba la anarquía. Aquí realmente existía un minúsculo porcentaje de seres privilegiados que nadaban en oro, y una enorme plebe muriendo por pestes, hambre o riñas internas. No había ley más que el pago de tributos y los caprichos de algún superior.
No había NINGUNA oportunidad de ascenso ni de mejoras en la calidad de vida. Sólo monarcas, religiosos y sus allegados tenían adecuadas condiciones de vida. No existía una configuración geopolítica coherente, sino que ésta variaba de acuerdo a batallas o guerras enteras para dominar territorios pequeños y desordenados. Bajo estos ENORMES problemas, la posibilidad de progreso era ridícula.
Entonces, Maquiavelo propone, entre otras cosas, una figura absolutista y autoritaria. Aunque esto, en pleno siglo XXI nos parezca una barbaridad, ¿podríamos concebir un gobierno democrático, con elecciones libres y todas las libertades y garantías para una situación como la planteada anteriormente?
Evidentemente, lo primero que había que hacer era poner orden en este caos. Como bien dicta la pirámide de Maslow, sería muy extraño concebir que una persona que no tiene alimentación, salud ni garantías de vida pueda estar pensando en un sistema político que satisfaga sus principios morales. Primero querrá satisfacer sus necesidades primarias, valga la redundancia.
Esta es la razón por la que en países desarrollados pasan meses enteros discutiendo y manifestando para decidir si se puede fumar en sitios públicos o no, si se puede abortar o no, etc. Mientras, aquí manifestamos porque no hay comida, servicios públicos ni sistema de salud que nos ampare. Aquí ningún noticiero anda pendiente de si fuman o no, más allá del día de la lucha contra el cáncer.
En pocas palabras, y sin profundizar mucho en el contenido de El príncipe (ya ustedes podrán hacerlo y obtener un análisis propio, o llegar a la conclusión de que el pana era un jalamecate de los Médici), cada medida política se adapta a un momento histórico -y geográfico- que la requiere.
Son muchos los factores que influyen en las decisiones políticas. Por eso, "hacer refritos" de medidas aplicadas en épocas o regiones distintos a los actuales es un tema muy delicado que debe estudiarse a fondo.
En el colegio nos ponían un ejemplo muy tonto de la época de la Colonia, cuando se pretendía aplicar las leyes de Europa al nuevo continente sin ningún tipo de adaptación al contexto. Decía un profesor, "¿imaginan aplicar aquí una ley que obligue al uso de abrigos en invierno, cuando la temperatura de América en invierno puede ser hasta 20 grados mayor que la de Europa?"
Como dije, es un ejemplo tonto, pero que hace comprensible la idea para cualquiera. Cada país y cada época tienen fortalezas y debilidades distintos, por lo que las fórmulas del éxito no existen.
Aparentemente, la única fórmula que se impone es la del sentido común. Y, como dicen por ahí, es el menos común de todos los sentidos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario